Alejandro Encinas Rodríguez 9 de octubre de 2007 |
Ha iniciado el proceso para elegir al nuevo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. A diferencia de lo sucedido en el relevo anterior, este cambio se da en un marco de normalidad, difícilmente imaginable no sólo por la complicada situación por la que atravesó nuestra máxima casa de estudios hace apenas ocho años, sino porque en el marco de polarización y encono político en que se encuentra el país, la Universidad ha mantenido sus actividades docentes y de investigación, obteniendo importantes logros y resultados.
A lo largo de nuestra historia reciente, las elecciones presidenciales y el relevo en Rectoría conformaban una mezcla altamente explosiva. Sin embargo, la buena conducción de la institución, el mantenimiento claro de su autonomía y la atención oportuna a los posibles focos de conflicto en la universidad han creado, como nunca, un ambiente propicio para tomar la decisión.
A lo largo de décadas, diversos sectores de la comunidad universitaria han cuestionado el mecanismo mediante el cual la Junta de Gobierno adopta esta decisión, sin que hasta ahora este formato, absolutamente perfectible, halla sido modificado. Sin embargo, dada la situación por la que atraviesa el país, esta no debe ser la principal preocupación en la resolución que se adopte.
Más bien, el proceso exige transparencia, una amplia auscultación, como lo establece la ley orgánica, que permita conocer las preocupaciones y el sentir de la comunidad universitaria, y claridad en los criterios que asumirá la Junta de Gobierno para definir el perfil y los rasgos distintivos del programa que asumirá el nuevo rector durante su gestión.
En esta decisión debe prevalecer el ejercicio pleno de la autonomía que otorga la ley a la Junta de Gobierno, para decidir el nombramiento del rector sin injerencia de poder público alguno o de cualquier grupo ajeno a la propia Universidad Nacional.
A mi juicio, el nuevo rector debe cumplir al menos con los siguientes criterios y compromisos:
1. Garantizar la continuidad del proceso que ha permitido una conducción responsable y estable de la Universidad, y ha colocado a la UNAM como la más importante institución de educación superior y de investigación científica de Iberoamérica.
2. Garantizar la defensa de la universidad pública, laica, gratuita y de calidad. El ejercicio libre de las ideas, la libertad de cátedra e investigación y la convivencia de todas las corrientes de pensamiento.
3. Acreditar conocimiento y cercanía con la comunidad universitaria, con sus desafíos y problemas, convocando a la participación de los universitarios en la atención de los problemas de nuestra máxima casa de estudios.
4. Promover un amplio programa de reformas que permitan ampliar y consolidar la presencia nacional de la UNAM; mantenerla a la vanguardia en la generación de conocimiento, tanto en su actividad docente, de investigación y extensión de la cultura, como en el desarrollo de tecnología de punta; la transformación profunda del bachillerato, tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en el Colegio de Ciencias y Humanidades, para mejorar su calidad educativa y eficiencia terminal; actualizar el Estatuto del Personal Académico e iniciar la renovación generacional de la planta docente, entre otros aspectos.
Pero en lo fundamental, el nuevo rector debe mantener el clima de normalidad, libertad y tolerancia que distinguió a la UNAM bajo la rectoría del doctor Juan Ramón de la Fuente.
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM |
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