Honor a quien honor merece
Y no pierda la fe en los tecnócratas "made in USA"
"No hay nada nuevo bajo el sol,
pero cuantas cosas viejas hay que no conocemos"
(Ambrose Bierce)
En cualquier comunidad o asociación humana, ya sea un partido político, equipo de futbol, banda de narcotraficantes o caterva de piratas, hay conductas individuales o de grupo que son condenables y despreciables per se. Una es la cobardía y otra la traición.
Sí, sin duda que todo el mundo concordará en calificar como execrables a los traidores. No por nada Dante Allighieri, en la Divina Comedia1, los sitúa en el noveno círculo del infierno, el más profundo, en el centro mismo de la tierra, donde se concentran todas las cosas pesadas, como las miserias humanas. Al arribar a ese círculo el poeta lamenta: ¡Oh, gentes malditas sobre todas las demás, que estáis en el sitio al que me es tan duro referirme; más os valiera haber sido aquí convertidas en ovejas o cabras! (Infierno, canto XXXII, 1-5).
En ese noveno círculo hay cuatro recintos. Uno de ellos es Antenora, destinado para quienes han traicionado a su patria y llamado así en "honor" de Antenor, anciano troyano compañero y consejero de Príamo, rey de Troya. De Antenor sabemos, según nos cuenta Homero, que favorecía los intereses de Grecia a expensas de su patria, aduciéndose como prueba de ello que aunque abrió las puertas de la ciudad para que introdujeran el proverbial caballo de madera —y por tanto traicionar a Príamo y entregar Troya al saqueo—, se respetó su casa. Después de la ruina de su país se retiró, según unos a Libia con Menelao, y según otros, a las costas de Italia donde fundó Padua.
Dante continúa su viaje a través del infierno y en momentos titubea, siente que quizá no poseerá la suficiente fortaleza en su lenguaje para narrar la miseria del noveno círculo. Y con ese temor a cuestas, porque está describiendo el mundo más denso, yerto, muerto, formado con el frío de los traidores, nos narra que en la Caína, recinto nombrado así en "honor" a Caín2 —y que encierra a quienes traicionan a sus familiares—, vio a sus pies dos sombras tan estrechamente unidas que sus cabellos se mezclaban. Y que otro, a quien el frío había hecho perder las orejas, le inquiría: "¿Por qué nos miras tanto? Si quieres saber quienes son estos dos, te diré que el valle por donde corre el Bisenzio fue de su padre Alberto, y aunque recorras toda la Caína, no encontrarás sombras más dignas de estar sumergidas en el hielo". (Infierno, canto XXXII, 5-10).3
Tengo para mí que en México contamos con varios candidatos para rebautizar los recintos del noveno círculo del infierno descrito por Dante. O bien, si hubiese un infierno local, el nombre de tales personajes podrían señalar la entrada a los cubículos de castigo para mexicanos.
Uno de ellos, y quizás el más famoso en el siglo XIX, es Antonio López de Santana4. De este ínclito veracruzano, auto nombrado como su Alteza Serenísima, la gran mayoría de los mexicanos nos enteramos a muy temprana edad, en la escuela primaria, en clases de la historia de México, que solía cobrar impuestos absurdos, como los que afectaban a los perros de compañía y a las ventanas de las casas. Antonio López de Santana participó constantemente en la política e intervino en muchos golpes militares, luchas internas y tropiezos económicos que vivió México. Lo mismo los liberales que los conservadores muchas veces lo buscaron para que se hiciera cargo de la presidencia del país. Durante estos años, México perdió gran parte de su territorio y padeció la intervención norteamericana y francesa. Así, un nombre como la Santanaína le sentaría bien a uno de los recintos de castigo demoníaco para quienes han traicionado a la patria.
Ya en el siglo XX, en 1913, Victoriano Huerta, fementido general del ejército mexicano, surge como otro candidato ideal para nombrar un recinto infernal, pues muy pocos ignoran que traicionó y aprehendió al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente Pino Suárez. Y que luego, en conspiración con otros mexicanos desleales, "supervisados" por el embajador Henry Lane Wilson5 en la propia sede de la embajada de EU en México, suscribieron el Pacto de la Ciudadela, también conocido, por obvias razones, como Pacto de la Embajada. En este pacto se desconocía al gobierno de Madero y se establecía que Huerta asumiría la presidencia provisional antes de 72 horas y que se notificaría a los gobiernos extranjeros el cese del ejecutivo anterior. Las condiciones que puso Madero para firmar su renuncia fueron, entre otras, que se le permitiera su exilio y se respetase a su familia. Sin embargo, al Pacto de la Embajada siguió la tortura y asesinato de Gustavo A. Madero, hermano del presidente, a quien le arrancaron el único ojo que tenia, lo patearon, lo humillaron, le arrancaron la lengua y lo golpearon hasta matarlo. Aún después de muerto continuaron maltratando su cadáver.
El papel de Wilson durante este episodio fue deplorable: hacía ostentación ante miembros del cuerpo diplomático de conocer los proyectos desleales de Huerta y notificó al Departamento de Estado de Estados Unidos que los rebeldes habían aprehendido al presidente y vicepresidente, ¡hora y media antes de que esto sucediera! La conocida participación de Wilson bien podría deberse, entre otros motivos, a promesas petroleras incumplidas por Gustavo A. Madero a quien el embajador frecuentemente llamaba "pillo".
El 22 de febrero (mismo 1913) Madero recibió en su prisión improvisada en Palacio Nacional la visita de su esposa y de su madre, quien le informó de la muerte de su hermano Gustavo; su esposa trató de reconfortarlo y motivarlo para pensar en una vida tranquila en París. A las 22:00 los mandaron a acostarse para que a las 22:20 los despertasen con la noticia de que serían trasladados, Madero preguntó al guardia por qué no se les había informado antes para estar vestidos, pero no le respondió. Bajo órdenes del general Aureliano Blanquet, pero emitidas por Huerta y Mondragón, fueron trasladados en distintos coches a la Penitenciaria de Lecumberri. En el trayecto se simuló un ataque para asesinar a los prisioneros. Se les disparó repentinamente y por la espalda. La ciudad se levantó con la noticia ¡Ya mataron a Madero!, y aunque la primera reacción fue de indignación, la mayoría de los habitantes de la capital se alegraron del cese de hostilidades, se lanzaron jubilosos a las calles, adornaron las fachadas de sus casas y, en unión con la prensa, ensalzaron a los vencedores y condenaron a los caídos.6 Este infausto episodio de poco más de diez días en el que un grupo de sublevados se levantaron en armas contra el gobierno de Francisco I. Madero que culminó con el asesinato de éste y del vicepresidente Pino Suárez, y la ascensión a la presidencia de Victoriano Huerta, es conocido como la Decena Trágica. Por tales "méritos en campaña", el general Huerta bien podría ser honrado con un recinto llamado Huertaína en el noveno círculo del infierno.
Casi ochenta años después, en 1988, llegó a la presidencia de México un brillante economista formado en Harvard: Carlos Salinas de Gortari. Desde su elección, que quedó registrada en la opinión pública como una de las menos transparentes de la historia, y hasta el final de su gobierno, varios sucesos, a mi parecer, lo forjan como candidato ideal para brindar su nombre para un recinto en el noveno círculo del infierno.
Con su política económica, Carlos Salinas, tal como lo hizo Antenor con el caballo de madera en Troya, abrió al capital doméstico y al foráneo el manejo de los bienes nacionales. Así, el saqueo financiero desembocó en lo del FOBAPROA y en la crisis económica de 1995, crisis que ha sido considerada como la más extrema que haya sufrido el país en el siglo XX.
En mayo 1993, penúltimo año del sexenio de Carlos Salinas, fue asesinado el cardenal Posadas Ocampo. Con este crimen político, dice el investigador Carlos Ramírez, se inició el ciclo de la desestabilización política y de seguridad en el país. Le siguieron, en 1994, la guerrilla de Chiapas, los crímenes también políticos de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu, y la fuga de capitales.
En marzo de 1995, Raúl Salinas, hermano mayor de Carlos, fue detenido por el cargo del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y por el de enriquecimiento ilícito. Y luego de que Raúl fue arrestado, el ex presidente Salinas —de la misma forma como Antenor lo hizo huyendo a Padua después de haber traicionado a Príamo— se autoexilió en Irlanda. Cuatro años después, en junio de 1999, intentó reivindicar su sexenio, cargarles a otros "los errores de diciembre" y promover la libertad de su hermano Raúl. Los politólogos afirman que también quería demostrar que su red de poder en la política, en la economía, en las finanzas, en el sindicalismo, en la iglesia católica y en los medios, permanecía vigente. El segundo intento de "lavar su nombre" fue en octubre del 2000 con su libro México: un paso difícil a la modernidad. Los analistas señalaron que el momento parecía perfecto, pues Fox ya era presidente electo y el gobierno de Zedillo vivía el "año de Hidalgo". Sin embargo, en esos días, repentinamente, en el noticiario nocturno de Televisa se difundió una conversación telefónica entre Raúl y Adriana Salinas en la que ambos se referían a los millones de dólares depositados en bancos suizos. El llamado "hermano incómodo" se quejaba así del ex presidente: "Es una cobardía muy grande de Carlos no defenderme y atacarme públicamente. Es una cobardía y una traición de hermano, porque él supo de todos los movimientos, de todos los fondos". Al respecto, el analista Alfonso Zárate, en una nota publicada en el Universal el 7 de mayo del presente año comenta: "Ante el garrotazo televisivo, el hombre que hizo de los golpes de mano su modus operandi (recordar el Quinazo) quedó paralizado y el mensajero no dejaba duda sobre quién tenía el control. Las grabaciones ilegales y las filtraciones a través de los medios le pertenecían a otro, y sus antiguos aliados en los medios estaban donde siempre: con el presidente en turno".
Se han tejido tantos embustes para enredar el curso de las investigaciones en todos los crímenes citados anteriormente, que únicamente las generaciones futuras sabrán la verdad. Pero, por mi parte, yo no abrigo ninguna duda de que Carlos Salinas de Gortari causó tanto daño a México como Antenor lo hizo con Troya. En consecuencia tampoco vacilaría en nombrar como la Salinasina a una celda de castigo satánico en el noveno círculo del infierno.
A nadie en su sano juicio le será difícil admitir que como resultado de las funestas andanzas de Santana hubo un beneficiario absoluto: Estados Unidos. Tampoco será cuesta arriba convenir en que del abyecto golpe de estado de Victoriano Huerta, ese país obtuvo la mayor tajada del botín que representaba la incipiente industria petrolera mexicana concesionada tanto a ellos (la Standard Oil de Rockefeller), como a los ingleses (la British Petroleum). Pero esta tajada no era una para ser devorada inmediatamente después del golpe huertista. No, los anglosajones, desde entonces, comprendían muy bien la inmensa riqueza que representaba el petróleo en general —y el mexicano en particular—, de manera que jamás lo dejarían en manos de un pueblo ignorante y tecnológicamente incapacitado para aprovecharla. De ello, con su maestría narrativa, Francisco Martín Moreno nos dice:
"[...]La estafa continuó sin piedad ni pausa ni escrúpulos ni contenciones ni controles oficiales. Mientras los mexicanos utilizábamos al petróleo para curar a las vacas de los forúnculos, en Estados Unidos nacían las industrias aeronáutica y automotriz, ambas de posibilidades económicas inimaginables e intensamente consumidoras de combustibles petrolíferos. Esta vez nuestro desconocimiento de la realidad y nuestra ignorancia fueron capitalizados hábilmente por capitanes de empresas británicos y norteamericanos apoyados por sus gobiernos, sus odiosos y no menos temidos 'marines' y sus cañoneras permanente y amenazadoramente ancladas en Veracruz y en Tampico".7
Y como es ampliamente conocido, no fue sino hasta 1938, con la gesta heroica del general Lázaro Cárdenas, que se le puso, si no fin, al menos un alto a tanto abuso.
Escapa al alcance del presente texto hablar del desarrollo de la industria petrolera a raíz de la expropiación y durante las tres décadas siguientes, época que se definió como el milagro mexicano debido a que la economía del país creció a una tasa mayor del 6% anual.8 Pero me resulta imprescindible mencionar otro hecho también muy conocido: en la década de los 70 se descubrieron yacimientos enormes de petróleo en la sonda de Campeche. Así, "el inevitable hombre blanco" volvió sus ojos codiciosos (que en realidad nunca había apartado totalmente) y enfocó sus baterías hacia México para apropiarse de su petróleo recientemente descubierto.
Pero, ¿cómo iban a lograr "los hombres blancos, de ojos azules, y barbados" apoderarse nuevamente del petróleo mexicano? Podemos afirmar que con paciencia y perseverancia. Basta recordar una correspondencia de Richard Lansing, Secretario de Estado de E. U. en 1924, enviada a J. C. Hearst, poderoso empresario de la industria periodística norteamericana de aquella época, para convencerse de ello. La carta ha sido citada en muchos foros en días recientes a raíz de la reforma de PEMEX que propone el señor Calderón Hinojosa, pero estimo que será muy útil para continuar con nuestra exposición:
"México es un país extremadamente fácil de dominar porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra.
La solución necesita de más tiempo, debemos abrirles las puertas de nuestras universidades a los jóvenes mexicanos ambiciosos y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y respeto en el liderazgo de Estados Unidos.
México necesita administradores competentes. Con el tiempo estos jóvenes llegarán a ocupar puestos importantes y se adueñarán de la presidencia, sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo ni dispare un tiro. Harán lo que queramos y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros".
Aquí también resulta necesario recordar que en febrero de 1924, fecha de la carta citada, el presidente de México era Álvaro Obregón, y que, obviamente, el país ya se regía por la Constitución de 1917. Así entonces, a quien se refería R. Lansing era a Álvaro Obregón, quien no había sido reconocido por el gobierno de E. U. en su toma de posesión 1920. Para Obregón el reconocimiento a nivel diplomático de su gobierno por el país del norte era un asunto prioritario porque así evitaba la constante amenaza de un conflicto armado con dicho país. Por eso, en septiembre de 1921, se firma el convenio entre el gobierno mexicano y los petroleros norteamericanos a quienes se les hicieron concesiones especiales que consistieron en no aplicar retroactivamente el artículo 27 de la Constitución, dado que, alegaban los norteamericanos, tales concesiones habían sido otorgadas antes de 1917. En pocas palabras, Estados Unidos condicionó el reconocimiento de Obregón al establecimiento de un tratado entre los dos países, en el cual México garantizaría los derechos de propiedad de los estadounidenses radicados en nuestro país, lo que les permitió seguir explotando libremente el hidrocarburo. Ese convenio se convirtió en los Tratados de Bucareli que se firmaron el 13 de agosto de 1923, episodio histórico que, a mi parecer, fue el que le dio pié a Richard Lansing para aseverar que controlando al presidente mexicano en turno dominarían al país entero. Tal aseveración, estimada como imperecedera, sabemos que se difuminó, aunque no sucumbió, en marzo 1938.
Si bien las compañías petroleras internacionales disminuyeron la presión sobre México para sustraer su petróleo como solían hacerlo antes de 1938, los Estados Unidos se armaron de paciencia y nunca abandonaron las recomendaciones de Richard Lansing. Es decir, no intentaron ninguna confrontación armada ni invadieron nuestro país como lo habían hecho en 1914. Y paralelamente al "asesoramiento económico" que proporcionaron a los gobernantes mexicanos, abrieron las puertas de sus universidades para que los mexicanos se educaran en ellas y se forjaran al "estilo de vida americano". También, al paso del tiempo, el sector privado mexicano organizó diversas formas de oposición a los gobiernos nacionalistas. Así, la Asociación Mexicana de Cultura, uno de los grupos anticardenistas del sector privado, propuso la fundación de una nueva escuela de economía desligada de la ideología izquierdista que caracterizaba el programa oficial de la UNAM: El Instituto Tecnológico de México (ITM), el cual se fundó en la ciudad de México en 1946 con la carrera Ciencias Económicas como programa principal. Entre las instituciones fundadoras del ITM se encontraban el Banco Central Mexicano, siete bancos privados y varias grandes empresas de la ciudad de Monterrey.
Al respecto, Sarah Babb,9 investigadora del Departamento de Sociología del Boston College, señala atinadamente:
"Pese a sus orígenes radicalmente distintos, las diferencias entre los programas de Ciencias Económicas de la UNAM y del ITM no se hicieron plenamente evidentes sino hasta la década de los setenta.
[...] Al mismo tiempo que el enfoque izquierdista del programa de Ciencias Económicas de la UNAM ponía en clara desventaja a sus estudiantes respecto a las oportunidades a reconocidos programas de postgrado en el extranjero y a las becas de estudio, el ITAM —nuevas siglas del ITM después de que se volvió verdaderamente autónomo en 1962— se transformaba en una escuela preparatoria para estudios de postgrado en Economía en los Estados Unidos. La americanización del ITAM puede atribuirse en última instancia a los esfuerzos de dos de sus egresados, quienes, posteriormente, llegaron a ser directivos del Banco de México y realizaron estudios en el extranjero con la ayuda de becas del banco central: Gustavo Petricioli (quien estudió en Harvard) y Francisco Gil Díaz (quien estudió en la Universidad de Chicago).
Efectivamente, la paciencia rindió frutos muy dulces a los Estados Unidos. Después de 50 años desde que Lansing recomendó abrir las puertas de las universidades estadounidenses a jóvenes mexicanos ambiciosos, muchos egresados del ITAM fueron becados para hacer estudios de postgrado en ellas y empezaron a ocupar puestos en la administración pública mexicana. Sarah Babb escribe, en su trabajo ya citado, que la financiación de becas, muchas de ellas otorgadas por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) ofrece una parte de la explicación de cómo llegó a americanizarse la disciplina de Ciencias Económicas en nuestro país. El círculo se cierró exitosamente cuando los becados aseguraron sus empleos y a su vez incrementaron la demanda de más tecnócratas formados en EUA para ocupar más posiciones clave para dictar las políticas económicas en México. Y todo sin que ellos, los EUA, dispararan un tiro ni gastaran un dólar.
El ascenso de los economistas entrenados en EUA a la cúspide del gobierno se produjo a partir del sexenio de Miguel de la Madrid. Él mismo había obtenido un postgrado en Administración Pública en Harvard y en su gabinete económico ya brillaba un personaje, entre otros, con cerebro y corazón made in USA, de quien ya hemos esbozado algunas de sus proezas: Carlos Salinas.
Para no variar, otro economista continuó con la ruta trazada por los EUA para dirigir nuestra economía: Ernesto Zedillo, doctorado en la Universidad de Yale. A éste le siguió un tosco ranchero dicho de sí mismo perseguidor de tepocatas y víboras prietas: Vicente Fox, hombre pro yanqui por los cuatro costados y, como él mismo dijo alguna vez, un tanto bocón. Así, no puedo explicar por qué, pero una vez que tomó posesión de su cargo presidencial, y no aprehendió a nadie. También eliminó el léxico agresivo que había usado durante su campaña hacia Carlos Salinas; ya no se refería a éste como pelón u orejón. Es más, mi percepción es que después de pocos años hasta se hicieron cuates, pues durante el sexenio de Fox, Salinas regresó de su autoexilio en Irlanda y el hermano incómodo salió de la cárcel.
Pero volvamos al rumbo que están tomando las cosas en México en los días que corren. Hay muchos otros personajes cuyos méritos bien podrían ser reconocidos en el futuro por un cabildo nacional para darle nombre a esos cubículos de castigo demoníaco. Por ejemplo: la Mouriñoína, la Beltronesina, la Gamboína, la Zedillina, la Camarilloína, la Pratsina, la Sojoína, la Cartensina y la Gordilloína. Aunque es preciso reconocer que por el tenaz empeño de cierto individuo para favorecer los enormes intereses del poder financiero, tanto local como extranjero, sobretodo de EUA, el beneficiario sempiterno de nuestros problemas. Y aunque dice que lo hace por el bien de los más pobres del pueblo —y debido a su falta de credibilidad—, su nombre tendría prioridad para designar la "suite" del noveno círculo del infierno. Así, la Filipina podría ser un buen nombre. O quizás, para evitar confusión con aquellas islas del Pacífico, le sentaría mejor la Calderonina.
Enviado por nuestro compañero Eduardo Moreno
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